20 dic 2013

Shangri-La, paraísos dudosos, monasterios revolucionarios y algo más...

Shangri-La... "Paraíso sobre la Tierra"... ¡Bienvenidos!...
Después de muchas averiguaciones y de muchas indecisiones sobre cómo ir desde Dali hacia Shangri-La, encontramos una ecuación conveniente y nos lanzamos a la conquista de este lugar que la famosa novela inglesa “Horizontes Perdidos” (link) describe como un literal “paraíso sobre la tierra”. Al parecer, la novela tuvo además cierta influencia en que la ciudad fuera rebautizada a Shangri-La, su nuevo nombre desde el año 2002. Luego de este curioso cambio de identidad, se acrecentó también el turismo, afirmándose definitivamente como el punto de partida para muchos de los viajes que buscan adentrarse en el Tibet. Su antiguo nombre era “Zhongdian” para los chinos y “Gyelthang” para los tibetanos, y remarco esta diferencia a propósito, con la sola tentación de darme el pie para decir que vale la pena leer y profundizar sobre la problemática que enfrenta a los tibetanos con el gobierno chino y solidarizarse con quien usted crea conveniente.

A lo que a nosotros respecta, llegamos a los casi 4000 metros de altura de “Gyelthang” cayendo la tarde, luego de diez horas de un viaje sinuoso y montañoso, y semi congelados por el frío. La lata heladera motorizada nos abandonó en alguna parte de una ciudad que nada tenía que ver con la descripción ni la energía que se podría extraer del párrafo anterior. Me sentí timado, estafado en los ideales y desilusionado en la mismísima ilusión. “En el puto paraíso no hay estaciones de bondi de cemento, calles pavimentadas, semáforos, ni gente pobre... y mucho menos hace este frío del carajo”. Me aferré a la esperanza, me abracé a la posibilidad, tuve la fe, de que aquello sólo fuese una especie de purgatorio, y que todo lo “paradisíaco” muy posiblemente estuviera un poquito “más allá”. Con el pasar de los días lamentablemente me iba a terminar dando cuenta que: los chinos, al igual que en su momento hizo EEUU, abren sucursales administrativas en las puertas del paraíso, para poder cobrar entrada y reservarse el derecho de admisión.

Lata heladera hacia alguna sucursal de algún paraíso...
Paraíso de cemento...
Lo cierto es que con Viquito conseguimos entender que había una ciudad “ancestral” esperando por nosotros en algún lado del mapa, y que lo mejor para turistas en busca de espiritualidad superflua, era tomarse un colectivo que nos deje en el centro de la burbuja para extranjeros y nos ahorre el “peligroso ejercicio de pensar demasiado”. El famoso contra ejercicio que está de moda en las redes sociales y en el mundo en general. Por suerte la promesa se hizo realidad en nuestras caras. Era una burbuja muy bonita arquitectónicamente hablando, muy amable en sus modales, y muy adornada a lo cuentito de hadas para extranjeros. Nos sumergimos muy fácil y rápidamente en aquella hermosa realidad artificial, y justo antes que se desvanezca el último rayo de luz, negociamos un lugar bien baratito donde tirar nuestros bártulos y evitar una trágica e hipotérmica muerte azul.

Techos y disposición de la ciudad ancestral en Shangri-La...
Un poco de esperanza entre tanto amontonamiento de ladrillos...
La primera noche salimos a caminar, a recorrer, a realizar ese reconocimiento necesario en el que uno intenta entender dónde están las cosas, cuánto sale la comida y cómo se llega a los lugares. Lo que  podríamos denominar: ir en busca del eje cartesiano de la realidad. Aunque no logramos nada de todo eso, conseguimos un plato de comida, y mientras observábamos un baile típico en el medio de la plaza principal, nos percatamos que todo estaba literalmente congelado en una realidad bajo cero, que no permitía interacción alguna con el medio ambiente, más que algún tipo de extrema quietud adentro de una cama con muchas frazadas térmicas. Abandonamos la vigilia hasta nuevo aviso. La vida sin calor había dejado de tener sentido. Ni leer se podía. Los dedos se paralizaban... y no se podía parar de hablar si uno no quería que se le empiecen a poner los labios duros. Hacía más frío adentro de la habitación que afuera. Si te largabas a llorar te quedabas ciego por la escarcha. Bajo estas circunstancias: “Hasta mañana si dios quiere, solo si dios quiere”.

Al día siguiente increíblemente nos despertamos con sol. Un sol de mentira con aire polar, pero sol al fin. Mucho mejor que el sol, fue que nos levantamos con mucho buen humor y muchas ganas de descorchar y escabiarnos Shangri-La fondo blanco. Como suele suceder cuando uno hace las cosas esperanzado, las buenas sensaciones fueron en aumento al corazón, como las burbujas del champagne a la cabeza. Así fue que nos metimos en ese túnel que enmarca la experiencia irrepetible, ese infinito y estrepitoso entramado curvilíneo que acelera los latidos del corazón y parece conducirnos veloz y adrenalínicamente hasta el infinito de las sensaciones.

Bueno... tampoco tanto. Podemos admitir que es muy probable que esté exagerando un montón. Las posibilidades no eran tantas, pero nosotros tratábamos de crear más, pero por sobre todo sabe qué: tratábamos de vivirlas con pasión y entrega, imaginándonos peligros donde no los hay, sólo por la mera intención de caminar cada paso como si fuera el último; porque si algo nos enseña la vida y los caminos, es que cada paso y cada día, efectivamente pueden ser los últimos. Poner el esfuerzo en la creación de todo este tipo de sensaciones entonces, nos permite vivir una vida en franca abundancia.

Sol mañanero en Shangri-La... Franca abundancia...
La glotonería espiritual nos llevó entonces por templos, plazas, animales raros y algunos otros lugares interesantes, pero nada muy fuera de lo común. Muy atinada resultó la decisión de transitar un pequeño desvío que nos topamos caminando por los alrededores, que nos guió a lo más alto de un pequeño monte, en el que se destacaba la invasión de una infinidad de banderas tibetanas, que custodiaban la sórdida y solitaria existencia de un precioso templo budista. El lugar resultó ser una de esas imágenes vívidas del concepto de "paz", en el que se disfrutaba de una inquebrantable quietud que enmarcaba una privilegiada panorámica de Shangri-La.

El toro Shangri-Lano...
La rueda mágica...
El templo de la rueda mágica...

Desde allí se podía apreciar nítidamente la convivencia de la estructura tradicional China con la aparición de las ciudades “exprés” a estrenar, que están reemplazando en vivo, en directo, y a una velocidad vertiginosa, las capas históricas “milenarias”. Advertí una sensación de ocultamiento y suicidio del pasado. Dicotomías chinas, Yin y Yang, lo “nuevo” que reemplaza a lo “viejo”, y muchos otros etcéteras en los que mejor no ahondar. La realidad se derretía... pero tenemos más.

Entre pequeños montes y banderas tibetanas...
Un destello de belleza...
El Templo propiamente dicho...
Para coronar la estadía decidimos lanzarnos al campo a recorrer los cinco kilómetros que nos separaban del monasterio de Ganden Sumtsenling Gomba” (link), el evento más destacable y publicitado de Shangri-La. Durante aquella caminata descubrimos que los alrededores de la ciudad, tienen argumentos mucho más sólidos que los expuestos al principio, para sostener la conclusión de que estamos “en un paraíso en la tierra”. Le faltan algunos árboles frutales... y debería haber menos viento, pero si consideramos que el “paraíso” como concepto abraza fuertemente connotaciones de aislamiento y exclusividad, Shangri-La se enmarca geográficamente dentro de esa disparatada idea.

Paraíso Árido...
Por momentos se puede llegar a experimentar una cierta alegoría cosmogónica que enfatiza con sobrados argumentos el destino de soledad del ser humano, hasta que luego de un rato de caminata, uno se topa de frente con este monasterio que aparece como el club social más piola del último milenio. La soledad y el nihilismo se ven reemplazados así por un montón de budistas "existencialistas", que no tengo idea si saben que lo son, pero a los que ciertamente se los ve muy tranquilos, contentos y equilibrados.

Ganden Sumtsenling y su fantabuloso contexto...
Club Social y Deportivo budista...
Mucho mejor que el templo es el barrio en el que se encuentra el templo. Fue de las cosas más hermosas que vi en China. Las sensaciones que me llegaron al descubrirlo fueron sorpresa e impacto... muy velozmente, como trueno y rayo, una atrás de la otra. Relámpagos de belleza iluminaban la vista. Además de observar las construcciones y las casas, uno podía imaginarse historias hasta llegar a hurgar en los secretos del pasado. Los misterios se agudizaban. Las sensaciones parecían conectar al cuerpo con el aura que se desprendía del ambiente. A partir de esa conexión todo mejor y mejor, y todo mezclado en impecable armonía. Nos llenamos de aura monástica en este club social ancestral budista y pasamos una de esas tardes que todo lo justifican en el tiempo. Nos perdimos por un buen rato escalando y escalando, saltando de casa en casa y de calle en calle. El interior del monasterio resultó ser una obra de arte exquisita.

Barrio con personalidad...
Interior del templo de Ganden Sumtsenling...
Cuando nos dimos cuenta que nos habíamos empachado de tantas sensaciones, emprendimos la vuelta. Nos perdimos, nos tomamos mal el bus y terminamos sentados en una de esas típicas fonditas de comida china. Cuando reaccionamos nos acordamos que sólo faltaba un día para el famoso año nuevo occidental. Pusimos en sincronía los relojes y repetimos el camino de ida, pero a la inversa, con el sólo propósito de ir en busca de la Rubia para brindar por un poco más de esta vida bien vivida. Solo restaba darle las gracias a Shangri-La por regalarnos ese pedacito de paraíso en la tierra y despedirse hasta la próxima. Esperamos lo hayan disfrutado...

Fondita China por excelencia... Hasta la próxima...

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