11 mar 2009

América en Bedford - Chile

Un Bedford en la Llanura de la Paciencia...
El cruce de frontera hacia Chile simbolizó para esta troop la primera de las batallas ganadas a la conquista del continente. Puede ser traducida como un suspiro liberador, del cual ciertamente puedo decir, se despredió una especie de reconfirmación del destino elegido. Un sentimiento que se iría arraigando y profundizando cada vez más a medida que atravesábamos fronteras, ya que uno de los grandes miedos que internamente cargaba desde la salida, era la posibilidad de por algún lúgubre motivo, tuviéramos que volvernos con sólo un par de países recorridos de la extensa lista elegida.

Un miedo basado principalmente en la idea de tener que "pegar la vuelta" con la sensación de un sueño truncado por el motivo que sea. Ese era mi único y exclusivo miedo... capaz por momentos de molestarme el sueño o de someterme a estados de nerviosismo arraigados en una tozuda obsesión e idealización que mi cabeza había atado a la idea de “éxito” del viaje. Por aquel entonces, no concebía la idea de tirar el camión al río si algo pasara y continuar el viaje caminando. Era mucho más chico, mucho más inflexible, predecible y rutinario, y los cambios de planes radicales no entraban en ninguna parte de mi estructura, ni de mi consideración, ni de mi entendimiento. Las posibilidades que tenía de amoldarme al destino, eran aun absolutamente precarias.


Cabe al volante en la noche, la magia de Lacha y Juli acompañando...
Se llama libertad...
Sentía que había hecho al Bedford parte de mi círculo íntimo de amigos y no me entraba en la cabeza "tener que dejarlo por ahí". Es muy probable que si una similar e hipotética situación me sucediera hoy, me tomara el tiempo de reflexionar sobre el asunto, ver las mejores opciones, evaluarlas y tomar la decisión que más le convenga a la ecuación mundial para dejar que la vida haga lo suyo sin ningún tipo de limitaciones y con la mayor libertad de acción posible. En aquel entonces y por muchos motivos que hoy me producen cierta melancolía, era capaz de desarrollar una fuerte psicosis si algo truncaba la idea de seguir con nuestro camión como comandante y "alma mater" del recorrido.

En fin... prosiguiendo con el relato, el primer hecho destacable que sucedió al cruzar la frontera, fue lo que de allí en más apodamos: “El efecto Bedford”. Este concepto surgió como consecuencia de las paranoias que nos invadían al aproximarnos a estos indefinidos espacios, ya que siempre y por diferentes motivos, contábamos con algunos objetos y pensamientos que rozaban la ilegalidad, con otros que la trasgredían, y con algunos más que no sabríamos realmente dónde ubicarlos. La cuestión es que nunca estábamos legales al cien por cien, hecho intranquilizaba a una tripulación que se "tuneaba" fuertemente para maquillar las apariencias de forajidos y vende almas al mejor postor, para tratar de evitar las requisas a fondo y las preguntas de más en las que suele incurrir la policía de cualquier parte del mundo. Cara de buenos tipos (que lo somos), apariencia de gente de bien (que también lo somos)... pero que ciertos estándares sociales de comportamiento no avalarían a rotular como tales.


Mirada al interior del camión de unos buenos tipos...

Los buenos tipos...
A pesar de esto, poco a poco nos fuimos distendiendo, ya que descubrimos que nuestro camión tenía poderes especiales e hipnóticos, capaces de confundir a los oficiales, maravillándolos con sus formas, su estética "vintage" y la fuerte incredulidad que dejaban al descubierto cuando les decíamos que con aquel armatoste azulado, intentábamos dar la vuelta a una parte de América. “Pero tienen cocina con horno y camas”, “Pero ¿qué modelo es?”, “Pero ¿ustedes son revolucionarios?”, “¿Se cocinan?”, “¿Y no viajan con mujeres?” (Seguido de cara pícara y cómplice).

Aunque no lo parezca eran preguntas de la vida real, de gente real, que en esos momentos nuestras retinas los transformaban en dibujitos animados para colorear. Descubierto esto, nos quedamos sin motivos para preocuparnos, ya que la cantidad de huevadas que había por centímetro cuadrado dentro de cada habitáculo, desmoralizaba hasta al más convencido de los oficiales, y en vez de una exhaustiva requisa, se dejaban llevar hacia la vagancia innata y a la respuesta condescendiente para con nuestra empresa. “Que tengan suerte!!!”... “Mhhhuuu… Chau, gracias, buena suerte señor oficial”.

Cocina completa...
Camas cucheta rebatibles...
Como ya comentamos en el capítulo anterior, Chile y sus interminables maravillas, tampoco eran un objetivo mayor en función de nuestros intereses. Las razones fundamentalmente radicaban en que ya era un país bastante conocido por gran parte de la tripulación. Conocíamos su gente, su idiosincrasia, varias de sus fronteras y sus cosas lindas y feas, hechos que en conjunto hacían que no entrara dentro de la mayor expectativa de la aventura viajera. De todas maneras, el destino salió a sorprendernos nuevamente y sacó a relucir de una forma abrumadoramente impúdica el famoso “imponderable”, para de esta forma dejar otro inolvidable sello en nuestras vidas y en la larga lista de "desgracias con suerte" que nos esperaban en el camino... de las cuales es mejor aprender antes de que te arruines la vida por un rato largo o para siempre.

Subiendo una gran pendiente para salir de la ciudad de Iquique, y sumergidos en un jocoso estado de excitación y estímulos, frenamos en un semáforo a esperar el cruce peatonal, y a que las luces se dignaran a darnos la prioridad de paso. Mientras, la charla y iba y venía, las giganto boludeces se reproducían en frases ingeniosas y chistosas, y la felicidad, como la cuesta que transitábamos, iba en aumento. En algún momento el semáforo cambió a verde, Mariano quiso poner primera, y justo ahí, en el siguiente cuadro, pasó esto de que la vida se frenó por un milisegundo. Los colores se me diluyeron de la retina cuando vi los gestos de Mariano anunciando que algo andaba mal con los frenos. De los tonos grises pasé a blanco y negro, y de blanco y negro a negro, cuando empecé a sentir que Bedford y sus seis toneladas se estaban yendo sin remedio, ni sostén, ni razón, ni porqué, en una cuesta de unos 40º en caída libre hacia atrás.

Negro, negro, negro...
Corte a: gritos y más gritos en todas las direcciones, desesperación e ideas de muerte súbita que recorrían los cerebros de todos los que estábamos esperando que nuestros cuerpos se empiecen a golpear contra cada uno de los rincones del camión, mientras al mismo tiempo volcaba, arrollábamos gente, y chocábamos una infinita cantidad de autos que potencialmente estuvieran esperando estacionados detrás nuestro para poder avanzar. La caída se produjo tan rápido como un abrir y cerrar de ojos, o tan lenta como quien divide el tiempo mentalmente en las mínimas unidades posibles, a la espera de que algún milagro te venga a salvar. Como intentando agregar más tiempo al tiempo... o estirarlo para que algún pestañeo corrija el horrendo cuadro que estábamos a punto de vivir. Nada de eso. Seis toneladas de hierro con chapa, camión sólido vieja escuela, cayendo en picada hacia atrás con nosotros adentro.

Algo nos detuvo luego de algo así como cincuenta o sesenta metros. Abrí los ojos y pestañeé repetidamente para confirmar que estaba vivo. Miré dentro del habitáculo y corroboré que mis amigos también respiraban y estaban vivos. Mariano shockeado como nunca lo había visto en mi vida, pero a pesar de eso, punto a favor... todos sanos. Sólo restaba ver qué desastre habíamos hecho en la calle. Abrí la puerta del bondi y salté a la calle, vi que no había nadie muerto, y que por suerte y por interacción de algún tipo de energía inexplicable, tampoco teníamos en aquel momento ningún auto detrás. Mil puntos. "Si no hay muertos ni heridos, arreglamos todo".

Mientas la retina se me llenó de color nuevamente y el sonido aún estaba volviendo, caí en cuentas que los sentidos se habían quedado en mute por el tiempo que duró la caída. Como la primer parte de “Rescatando al soldado Ryan”... (salvando las distancias). Lo primero que escuché luego de caer fue: “¡se esta derramando gasoil, desconecten la batería!”. Lo primero que ví fue que lo que nos había detenido el paso, había sido un auto abandonado que estaba estacionado al costado de la calle, ayudado por el pórtico de una casa que veinte segundos atrás, había dejado de ser pórtico. En ambos había impactado la parte trasera de nuestro Bedford, que claramente dejó su marca en uno de esos cuadros que la jerga popular ha dado a llamar: "desgracia con suerte".

Mucha gente nos gritaba al oído, otros nos pedían plata “por los daños y perjuicios” y algunos pocos intentaban saber lo que había sucedido y corroborar si estábamos bien. Tratando de esquivarlos fue que nos fuimos coordinando para ver si realmente todos estábamos completamente bien. Nos miramos, nos entendimos, nos reordenamos y en un esfuerzo conjunto filtramos a todos los que se querían aprovechar. Alguien ya había llamado a la policía y eso era lo único que restaba esperar. Todavía no sabíamos si el bondi funcionaba o si le había pasado algo.

Llegó la policía al grito de: “¡Trasandino!”, ya que obviamente había distinguido la patente a lo lejos. Fue uno de los pocos policías que en toda mi vida me trajo algún tipo de tranquilidad y de relajo en alguna situación. Apareció con una sonrisa, firme, explicativo y ciertamente condescendiente. Nos explicó que, o lo resolvíamos ahí nomás pactando el costo del daño que habíamos producido a los dueños de la casa, o bien, íbamos a juicio, pero que para eso teníamos que esperar como diez días a que el tribunal estuviera disponible, y por ende, no podíamos salir del país.

Charlamos con la gente de la casa, quienes habían sido los únicos realmente perjudicados. Curiosamente obtuvimos una gran ayuda de parte de los "testigos" por el tema del auto, ya que nos remarcaron que estaba tirado y arruinado desde mucho antes de nuestro accidente, cosa que hizo que nos ahorráramos la charla con su dueño, ya que el auto no servía ni para chatarra, independientemente de nuestra mucho más que honorable colaboración a su deterioro final. Por el increíble costo de cien dólares solucionamos los pormayores del accidente vial más grande en el que nos vimos involucrados en casi todo el viaje, y por primera vez también, pude dar gracias a un policía que ayudó, no coimeó y se mostró muy respetuoso por el problema. A él, vaya el reconocimiento por ser la excepción que confirma la regla.

Vil metal...
Este accidente sirvió para tomar conciencia de los destrozos que un camión de estas características puede producir si no se tiene el suficiente cuidado o la suficiente buena suerte. Los frenos, que habíamos chequeado para pasar la VTV hacía diez días, habían sufrido un bloqueo en el pulmón de aire y se quedaron sin fuerza para detener a nuestro querido Bedford en aquella subida. Decidimos entonces que era un buen momento para cambiar de rumbo y salir en busca del primer país que nunca habíamos visitado ninguno de los cuatro: Bolivia. Metimos entonces un fuerte volantazo hacia la frontera de Colchane, anulando así, la visita que habíamos planeado a Putre y Arica. Los vericuetos del camino...

Para ir terminando, y entre otros eventos destacables que fuimos teniendo que sortear, se pueden enumerar: la batería que siempre amanecía descargada, los constantes calentamientos de la temperatura del motor, y las incursiones en el territorio Cheyenne para apalear algunas de las nombradas circunstancias.


Rajemooooo...
Salar chileno en las inmediaciones del Valle de la Luna...
Valle de la Luna...
De Chile no nos fuimos con las manos vacías, y a pesar de una estadía más corta que la planeada, tuvimos la oportunidad de conocer lugares tan increíbles como San Pedro de Atacama, el “Valle de la Luna”, Chuki Camata, Huaras e Iquique; y también tuvimos el grandísimo honor de recorrer el Desierto de Atacama y la inconmensurable “Llanura de la paciencia”, un llano interminable inserto en el medio del desierto como nunca he tenido la oportunidad de ver en mi vida. Un lugar mágico en el que no hay nada y hay de todo a la vez. Les dejamos las fotos de estas hazañas en suelo chileno, entre las cuales incluimos haber salido con vida de tan tremendo accidente. A brindar entonces y un gran trago a la salud de todo el mundo.

En el techo del titán en la llanura de la paciencia...
Hippie modelando en las alturas...
Foto facebookera en el Valle de la Luna...

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