11 mar 2009

América en Bedford - Colombia (de vuelta) - (post sin fotos)

El viaje de La Habana a Cartagena, previa escala en la ciudad de Panamá, fue uno de los peores de mi vida. El avión no paró de sacudirse, ni de caer constantemente en incontables pozos de aire que me llenaron de espanto y me dieron vuelta el estómago. En algún bendito momento por suerte aterrizamos, y dejamos atrás el amargo y escalofriante momento de volar. Nos recibió una Colombia algo distinta a la que habíamos transitado tres meses atrás. Una Colombia por cierto mucho más caribeña y bastante más turística. No terminamos de comprender claramente si era porque veníamos de la clandestinidad y amabilidad de Cuba, pero lo cierto, es que nos costó mucho adaptarnos a ese tipo de agresividad producto de la convivencia de un turismo portador de divisas, que contrasta ferozmente con los alarmantes niveles de hambre y de alcoholismo, que en este caso, Cartagena nos mostraba en cada esquina.

Luego de un rato de investigar opciones, nos instalamos en una pocilga muy humedosa, a unas diez cuadras de la ciudad amurallada. La emblemática ciudad amurallada de Cartagena, es una especie de fuerte turístico, cuyos alrededores fácilmente podrían ser estandartes y emblemas de la pobreza latinoamericana. Para graficar lo que digo quizás alcance con decir que si uno se sentaba a comer el plato de comida callejero más barato, que consistía en algunos pedacitos de pollo con arroz y leche de coco, y en promedio costaba un dólar, asistía también al triste espectáculo de algunos indigentes que se aglutinaban alrededor de la mesa, esperando que uno terminar de comer, para rescatar las sobras de huesos y de enchastre que quedaba en el plato.

Además, caminando por los alrededores de las murallas, uno se topaba constantemente y a cualquier hora del día, con un cambalache de vagabundos, trabajadores, adolescentes y cirujas, cuyo denominador común era el de vivir sus días constantemente alcoholizados; algunos desmayados directamente en el medio de la calle, y muchos otros caminando en un estado casi catatónico, que ciertamente distaba muchísimo de ese estado de ebriedad jocoso, divertido y de festejo, para ser reemplazado por uno que más bien desnudaba una profunda decadencia social, política y económica.

Por último, era imposible no toparse en cada esquina con incontables "cazabobos" ofreciendo cocaína, marihuana, cambio de billetes, prostitutas, o cualquier otro objeto o servicio de "primera necesidad y urgencia"... con un nivel de agresividad y de intimidación, y unos modos que daban ganas de suicidarlos y salir corriendo hacia cualquier mundo mejor. De ese tipo de personajes con actitud "no acepto un no como respuesta", que utilizan el atropello, y que se abusan del miedo del extranjero, haciéndolo sentir que consumir y decir que sí, es casi un deber o una obligación. Lamentablemente, luego de las primeras cuarenta y ocho horas de asistir a este tipo de espectáculos, ya nos habíamos aclimatados nuevamente a la película.

Para contrarrestar y balancear un poco el espíritu, tuvimos la suerte de encontrarnos nuevamente con Nachito, un amigo con el que habíamos viajado desde Máncora a Montañitas unos meses atrás, y que en esta nueva etapa apareció acompañado por Natacha, una belga que hablaba muy bien español, y se que se nos metió directo en los corazones a base de una muy llamativa y prístina pureza de juventud. Pasamos una buena parte de la estadía en mutua compañía. Muchas risas, largas charlas nocturnas, largos tragos de ron, y hasta viajes en moto en busca de un poco más... Varios desconocidos que iban saliendo de abajo de las piedras a multiplicar las endorfinas de una fuente de vida, que por momentos se volvió descabelladamente onírica y nos sobrepasó... 

Para ponerle un poco más de casualidad al destino, nos reencontramos también con el caleño, momento en que caimos en cuentas que definitivamente sufría de algún tipo de bipolaridad, y que de patitos alienados casi nada. Aunque habíamos pasados lindos días en mutua compañía durante aquel primer encuentro en Capurganá, ahora parecía casi definitivamente otra persona y por momentos parecía casi no reconocernos. Como si hubiera perdido la esperanza o la alegría, muchísimo más serio, y con un aura bastante más densa y sufrida... O quizás éramos nosotros, ¿quién sabe? los humanos somos bastante raros.

Más allá de lo bueno y lo malo, la experiencia en Cartagena fue muy nutritiva. Cuando notamos que estábamos en el pico de la excitación y en la cresta de la ola, decretamos una retirada con toda la gloria a cuestas, y encaramos directamente hacia Santa Marta, lugar donde habíamos pactado el reencuentro con el resto de la troop. Previo paso por Barranquilla, que estaba completamente inundada por las lluvias, llegamos al "Rodadero", el páramo donde ya nos estaba esperando Marianito, listo para firmar esta última convocatoria de acreedores. A la mañana siguiente se nos uniría Lachín, para todos juntos y un poco pasados de calor, entregarnos a la difícil tarea de lograr que nuestro azulado corcél, llegara sano y salvo hasta la ciudad de Buenos Aires, Argentina.

Para ello había que reparar radiador, cambiar mangueras, limpiar los filtros, revisar el aceite, engrasar las ruedas, sacar un montón de barro que había quedado del accidente falopero, y ajustar todas las tuercas que pudiéramos a lo loco. La batería, al igual que en todo el viaje, seguía sin funcionar bien. O no cargaba, o hacía falso contacto, o vaya a saber uno qué carajos. Nunca llegamos a develar qué coños le pasaba. También había que reparar una goma y revisar una pérdida en el caño de escape. Así fue que nos lo tomamos con un poco de soda y con mucha cerveza con Fanta, y entre playa y playa, y un poquito de dureza, fuimos empuñando nuevamente las pinzas, la barreta y el kit de limpieza, y nos abocamos a rescatar la vagancia acumulada durante los últimos meses. Inundados por una humedad infinita y abrasados por un calor proveniente del mismísimo infierno, empezamos a meterle un poco de huevo y otro poco más de fuerza... “Pasame la ¾ por fa”...

Luego de tres o cuatro días de rock y trabajo non stop, creimos haber logrado las condiciones mínimas para poner a rodar al titán nuevamente. Lentamente empezamos a a agradecer y despedirnos de la gente que nos proveyó el garaje durante los meses que estuvimos en Centroamérica, e izamos nuevamente la bandera de guerra rutera. Respiramos profundo, hicimos un "hip hip hurra", nos pegamos una ducha de agua helada, y con la atención puesta en la frontera de Guarero y el cruce hacia las tierras venezolanas, nos lanzamos una vez más a las rutas de Colombia. Los ánimos iban en aumento, pero... el imponderable nuevamente empezó a acecharnos.

Justo antes de empalmar con la ruta que transita por el norte del país, decidimos hacer una rápida parada para comer algo. Lo único que quedaba en el pequeño puesto al paso, era una especie de sopa de pescado con algún otro invento de pollo con arroz y vegetales. Le pedimos que nos haga cuatro. Tardaron cinco minutos y nos sirvieron. Cuando empezamos a sorber la sopa alguien comentó: “che, esta sopa de pescado está demasiado fuerte, me parece que está pasada”. A todos nos pareció lo mismo, pero como estábamos más famélicos  que el Chavo, nos la comimos rápidamente, intentando imaginar que era de crema de espárragos. Terminamos, pagamos, e instantáneamente nos mandamos a mudar...

Minutos antes de llegar a la primera hora de viaje, Julián empezó a acusar un fuerte dolor de estómago y de cabeza. Minutos más tarde lo siguió Lachín, quien rápidamente fue perdiendo el habla y partió hacia la parte de atrás del bondi a hacerle compañía. Con Marianito continuamos firmes al volante camino a la ciudad de Río Acha. Obviamente el pescado estaba pasado, y aunque se notaba que Juli lo estaba pudiendo procesar, Lachín se empezó a poner cada vez peor. De a poco, y con varios eventos que serían elegantes de relatar entre medio, fuimos presenciando cómo iba mutando nuestro super amigo, de Lacha, a lo que horas más tarde intitulamos: "El Hombre Caca".

Como a todo “Hombre Caca”, lentamente le empezó a cambiar el color de la piel y empezó a transpirar sin remedio... inconfundibles indicios que nos anunciaban la gran cantidad de diarrea que íbamos a tener que confrontar por algunos días. De aquí en más sólo podría ensayar el relato de imágenes extremadamente dolorosas que no harían más que salpicar este blog de una falta de códigos infinita. Sólo vamos a decir entonces que finalmente llegamos a Río Acha, que estacionamos al frente del mar en una de las avenidas principales de la ciudad, y que nos dedicamos a observar qué hace y cómo actúa un "Hombre Caca" en una situación tan incómoda y tan molesta. Una vez que nuestro baño quedó absolutamente inutilizado, y en el bondi casi no se podía estar, el "Hombre Caca" se sintió un poco avergonzado y se fue a vivir al mar.

Nos daba lástima, pero mucha risa a la vez. En definitiva estábamos rodeados por un mundo de caca, conviviendo sin opción con una persona temiblemente enferma, que hizo de nuestro habitáculo una especie de pozo séptico rodante. En algún momento alguien juntó fuerzas, un par de baldes de agua, los desparramó con desinfectante por varias zonas y decidimos continuar por el desierto de la Guajira. En ese tramo fue cuando nos empezamos a preocupar, porque además de la diarrea, el "hombre caca" se negaba rotundamente a ingerir agua, por lo que empezamos a barajar la posibilidad de meternos en algún hospital antes de que se nos muera deshidratado. Tuvimos que rogarle una y otra vez: “aunque sea un sorbito”. Lachín casi no hablaba, y las risas empezaron a disminuir y la cosa se iba poniendo seria. Lo mantuvimos en vigilancia durante la noche y decidimos que si al otro día no mejoraba, nos íbamos a visitar a los guardianes de la salud.

Como si un "Hombre Caca" fuera poco, se nos salió nuevamente el filtro de aceite, una de las cosas que nunca habíamos logrado resolver sin la ayuda de un mecánico. Estacionamos rápidamente en la banquina y entre las mayores nubes de mosquitos posibles, empezamos a intentar una operación conjunta. Como dios a veces pareciera existir, en no más de tres minutos, mientras Juli alumbraba con la luz de bata, yo sostenía el filtro, y Mariano trataba de hacer magia con la llave, lo inesperado sucedió. Más allá de haber perdido bastante de la sangre que generalmente llevamos en el cuerpo, el filtro quedó bien ajustado y el bondi listo para seguir. Nos subimos, chequeamos que Lachita aún estuviera vivo, y esbozamos una de esas sonrisas que se producen sólo cuando una operación en equipo es exitosa... Aunque Marianito una bestia de las tuercas.

Milagro, y más dioses en búsqueda de protagonismo mediante, Lachita empezó a recuperar el habla y el color, y empezó a tomar agua. Aunque para ese entonces ya había una buena cantidad de caca en todos los rincones de nuestras vidas, ver a nuestro amigo mejor yrecuperando ese típico humor picante y cizañero que lo caracteriza, nos devolvió la tranquilidad al cuerpo. Con ello el bondi recuperó el nivel óptimo de salud antes de cruzar hacia Venezuela, y la troop empezó a levantar los brazos, a mover las manos, y a tocar bien fuerte la bocina. Le estábamos diciendo chau a esta segunda estadía en Colombia, que nos sirvió como período de transición de la mochila al volante, y de la cual nos llevamos algunos memorables encuentros, mucho calor, mucho desierto, y la sabia lección de evitar comer, aunque uno se esté muriendo de hmabre, pescado podrido.

De esta manera, nuevamente dejamos atrás  uno de los países más hermosos del continente, la delicia de su gente y de algunos otros estados impuros de la verdad... y le metimos un poco más de acelerador a la excitación, para ir  parar a uno de los lugares más calurosos del planeta tierra: Venezuela... A ver qué onda Chávez, a ver qué onda el petróleo, a ver qué onda Maracaibo, y a surcar los llanos y toda su mística... Hacia aquel país se vio avanzar a un Bedford modelo 64' dejando su imborrable huella, y su estela sagrada de luz y de verdad... Gracias Colombia una vez más, ya nos volveremos a encontrar. No va a faltar oportunidad... ¡Hasta siempre!

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