11 mar 2009

América en Bedford - Ecuador

Frontera de Huaquillas... Entrada a Ecuador...
Previo paso por la ciudad de Tumbes y previo pago también de una pequeña multa aduanera por pasarnos del límite de visado que teníamos en Perú, (cosa de la que jamás nos dimos cuenta), nos vimos circundando el espacio lindero a este pequeño, pero intenso país latinoamericano conocido como EcuadorLlegamos a la frontera de Huaquillas contando ocho almas percudidas dentro del habitáculo, de las cuales una estaba indocumentada y sin pasaporte. Llegamos además sobre la hora de cierre, hecho que nos puso a rogarle al señor oficial de turno que nos por favor nos hiciera los papeles, para evitar quedarnos a pasar allí la noche y cortar con tanto chorro de felicidad bien ganada.

Nuestra primera parada estaba estimada para la ciudad de Guayaquil, lugar donde no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar, pero que tenía renombre y hasta nos sonaba emocionante. Para nuestra desgracia y generalizada mala suerte, sentimos por enésima vez, 
mientras manejábamos en la oscuridad de una negra noche ecuatoriana encubre pozos, el ruido de un tremendo golpe (muy parecido al que le dimos al titán saliendo de Argentina) que lesionó preocupántemente la dirección del titán. No sabíamos que había pasado realmente, pero sentíamos que las ruedas delanteras parecían estar por salirse en cualquier momento. Apenas llegamos a un lugar llamado Duran, en las afueras de Guayaquil, paramos la pelota inmediatamente, a ver cuanto tenía de cierto que el bondi no estaba bien para continuar.

Un Bedford lleno de fugitivos...
Averiado y en rehabilitación en DuranGuayaquil...
Además de enterarnos, entre los eventos destacables, que había un rulemán fundido en el eje delantero, y que probablemente la punta del eje debería ser rectificada, Juli rompió la ventana de la puerta, por lo que el aspectos general de nuestro pobre titán, se estaba viniendo abajo a pasos agigantados. Decidimos no hacernos mucha historia. La banda que venía acompañando declaró no tener problemas en esperar un par de días hasta que arreglemos todo el asunto del golpe. Para matar un poco el tiempo, nos aventuramos un par de tibias noches al centro de Guayaquil, y descubrir en carne propia cuan aburridas podían ser. Mucha nada y mucho policía a la caza de ladrones y manijas. Una ciudad bastante opaca y siniestra, y constantemente aburrida a toda hora.

Mientras terminábamos con los arreglos de la rueda y disfrutábamos de las incomodidades del infinito y eterno “mundo camión” ecuatoriano, dos sentimientos me recorrieron el cuerpo... allí nomás, a metritos de la realidad, pero en la dimensión de la sensibilidad... mientras comulgábamos con los mecánicos en el taller, sentados al frente de un televisor de 20”, esperando el partido inauguración del mundial: Alemania – Costa Rica. 
El primero fue una sensación de libertad expansiva e infinita que sobrepasó fuertemente las emanaciones endorfínicas que hasta ese momento conocía; y la segunda, la cual vino de la mano y casi simbiótica y concluyente, fue el sentimiento pleno y seguro de que estaba viviendo como siempre había querido vivir... un poco a la deriva, lo más a la deriva posible, con un norte poco seguro y sin tener idea de lo podría pasar.

“Mundo camión” ecuatoriano…
Conociendo, disfrutando, experimentando, ejercitando todos los aspectos de una maltratada y a su vez inocente humanidad. Sin horarios, sin jefes, sin entornos que me manipulen, sin tener que comportarme de alguna manera esperable, sin tener que guardar formas, comiendo como me de la gana, lo que me de la gana y a la hora en que las ganas lo dispongan... y principalmente aprendiendo a conducir una máquina mental a la deriva en las infinitas posibilidades del destino, abriendo el mundo y tumbando algunos absurdos límites impuestos. Estaba aprendiendo a relajar un poco el alma y básicamente a desligarme de todo lo que limitara aquella prístina libertad.

Una vez que terminó el partido y se fue haciendo tarde nuevamente, salimos disparados al que sería nuestro segundo destino en Ecuador, la famosa playa de “Montañitas”, lugar ciertamente turístico en donde se vende un Mango Light que 
automáticamente lo transforma  en “turístico volador aventurero”. En este lugar fue donde lo único que hicimos fue dedicamos a disfrutar de las amistades, jugar al truco, ver el segundo partido de Argentina en el mundial, rezongar cuando la lluvia nos arruinaba días de playa, e intentar encarrilar una cierta manija ansiosa que cada tanto acusaba algún vacío y un cierto malestar (llegando a sus picos máximos los días Domingos).


La banda hipponeando en horas nocturnas...
Posando para la foto en Montañitas...
Domingueando en un tarde sin playa...
Asistimos a la famosa fiesta de "luna llena". Esas fiestas que se celebran en lugares turísticos de muchos lugares del mundo para tener una excusa para algo. Había fiesta, pero la luna te la debo porque estaba muy nublado... En líneas generales nos desbandamos y volvimos vaya a saber a que hora con una manija fantabulosa que nos depositó directamente en rehabilitación dentro de la cucha. 

Además y para no olvidar, comimos pizza casera, tomamos té de chamico, escuchamos la opereta de Dolina, leímos el Eternauta, Mort Cinder, y algunos otros textos un poco más profundos y no tan entretenidos, para por último sellar esta estadía psicotrópica con el cuarto reencuentro con Yuval, del cual aceptamos felizmente uno de los regalos más controversiales del viaje: “La pipa de Yuval”. Un objeto mítico para esta troop que quedará claramente grabado en nuestra memoria y en nuestra inconciencia para siempre... “Sale un Yuvalazo...”.

En algún momento nos avivamos que mejor salir de una nube de pedos para investigar alguna otra, y previo quilombo nocturno multitudinario que sellamos con imágenes para el eterno recuerdo, fuimos diciendo hasta luego a las personas que nos hicieron compañía en las últimas semanas y pusimos primera nuevamente para ir a incursionar la famosa “Costa del Sol”.

Parando al costado del camino a mirar la puesta de sol...
Sin darnos cuenta de nada, entrada la noche llegamos a Manta, ciudad donde teníamos planeado mirar el segundo partido de Argentina versus Serbia y Montenegro. Nos costó bastante encontrar el centro cívico, páramo donde finalmente pasaríamos una noche inquieta y nos intoxicaríamos con los espirales que habíamos puesto para ahuyentar a los mosquitos. Se vio gente pasándola mal y desorientada en algunos momentos de la madrugada.

Nos levantamos medio fané, aunque nada mejor que la motivación de un fulbazo mundialista y un día de playa en el Pacífico para olvidarse de todo. Nos llevó largo rato encontrar un televisor que transmitiera el partido, pero una vez que lo encontramos, el tiempo sucumbió rápidamente entre varios gritos de gol y charlas con los personajes circundantes. El partido terminó y la excitación se fue a dormir nuevamente, momento en que quedó al descubierto que el lugar no tenía demasiado para ofrecer y mejor embarcarnos en una nueva travesía para intentar alcanzar un pueblo llamado Canoa.

Para llegar a Canoa supuestamente teníamos que embarcar nuestro Bedford por segunda vez en una "chalana", ya que la ruta era desaconsejada por todo el mundo y el costo de traslado con nosotros incluidos, era muchísimo más que accesible. Arribamos a San Clemente (el lugar de embarque) cayendo la noche. Para nuestra desgracia ya habían concluido las navegaciones diarias, por lo que no tuvimos más remedio que entregarnos a una pre-partuza de cumpleaños en honor a nuestro integrante más jocoso, el gran Gabriel Ángel, alias “Lacha”, un mini demonio que estaba a punto de acusar algún 
inverosímil número de años. Nada mejor entonces que un buen estancamiento obligado en el camino para tomar definitivamente el toro por las astas.

No puedo relatar la cantidad de chanchadas que se fueron sucediendo en aquella insólita noche. Sólo puedo decir que después de todo eso y de no dormir por una gran cantidad de horas a la espera del cruce, nos anunciaron que debido al ángulo de inclinación de la plataforma de embarque, el camión iba a dejar el tren delantero en la costa, motivo por el que tuvimos que lanzarnos, así como estábamos de cachivaches, a aquella ruta desaconsejada por todo el mundo. Lachin que desde hacía tiempo ostentaba el título de “capitán”, puso dos pelotas grandes como una casa sobre la mesa, que secundadas por las de Juli, hicieron que el destino de conocer Canoa se hiciera realidad a las once de la mañana del día siguiente. Una proeza bastante increíble...


Pollito a la parrilla para el festejar el cumple de Lacha...
Y daaaleeeee...
Ya en Canoa, luego de recuperarnos de tan intensa y virtual travesía, nos dedicamos a prepararle una cena como se merecía el homenajeado. Mientras nos íbamos proveyendo de lo necesario, también íbamos conociendo a diferentes y variados representantes del mundo latino. El primero fue un chileno hiper hippie que viajaba junto a su hijo pequeño, el siguiente fue un colombiano muy gracioso que nos introdujo a eventos relevantes varios, y por último, a varias representantes femeninas de países como Dinamarca, Holanda, y vaya uno a saber qué más... suficiente. Casi sin quererlo, nos topamos nuevamente con unos niños irreverentes que venían borrachos desde Montañitas. Daban la sensación de literalmente acabar con todo lo que encontraban a su paso y de moverse al siguiente pueblo cuando se acababa el escabio.

Festejamos mucho, disfrutamos largamente de una playa muy calma y hermosa, y nos recuperamos un poco del fuerte cachengue que acarreábamos de las últimas semanas. Por último, en algún ataque de responsabilidad y de integridad, decidimos hacer una limpieza profunda del bondi... que incluyó alacenas, armarios, pisos, baños y recovecos varios de donde iban apareciendo alimañas fermentadas de vaya uno a saber cuánto tiempo. Cuando todo estuvo mucho más limpio y nos sentimos recuperados, salimos hacia un destino de cierto renombre: Atacames.

Previo paso por una estación de servicio para hacer algunos retoques, aceleramos suavemente hasta encontrar una velocidad crucero amable, que permitiera a las cálidas brisas de aire que entraban por los diferentes costados del bondi, barrieran las contaminaciones oloríficas desestancadas que 
 emanaban los habitáculos del bondi. Los modos en aquel momento los recuerdo suaves. Ni siquiera notar que perdía uno de los cañitos de gas oil de la bomba inyectora fue suficiente para perturbar la tranquilidad de aquel reconfortante andar hacia la playa más veraniega de Ecuador. Previa parada para solucionar el pequeño inconveniente, llegamos a la ciudad como casi siempre en este viaje... en horas nocturnas.

Llegada nocturna a Atacames, nadie a la vista... desolador...
La desilusión y la nada que veíamos en todas y cada una de las calles hizo que rápidamente nos diéramos cuenta que la estadía no iba a ser de las más largas. Tuvimos que recurrir a una patrulla de policía para que nos guíe hasta algún lugar potable, ya que no había ni animales, ni personas, ni autos transitando. Como los patos iban hacia el lado del centro, no tuvimos más que seguirlos, y una vez en zona, estacionar nuevamente a nuestro jinete rutero a escasos metros del mar.

La estancia en Atacames no tiene demasiado para destacar, aunque debo rescatar el recuerdo de un colombiano muy tierno que nos acompañó por largas horas, nos contó mucho sobre sus sueños viajeros, y nos presentó a las amabilidades del lugar. Nos regaló unas artesanías hechas en hojas de palma que aún conservo. También hay que revivir a una banda de prostitutas muy jocosas y muy pillas, con las que no tuvimos más que charlas muy filosas y graciosas en alguna apacible noche; y ya un poco más del lado del mal, un par de surfers que parecían sacados de la irrealidad.


El cabe jugó un partidazo de fútbol, y casi sin pena ni gloria, fuimos encarando rumbo a Quito, lugar en el que nos esperaba una de las hermanas Orihuela (amigas de la casa y de la vida), hecho que por sí solo ya era un motivo de excitación y de esperanza. Las playas de Ecuador tremendas e increíbles, aunque si alguna crítica se le puede hacer, es que como todos los lugares parecidos en el mundo, si no se llega en temporada, están llenas de soledad y de absolutamente nada que hacer. De esos lugares donde la cultura y los elementos autóctonos parecieran tomarse vacaciones también.

Colinas de Quito...
Antes de llegar a Quito hicimos un stop en un paraje rutero para mirar el tercer partido de ronda de Argentina, aunque como en aquella instancia ya estaba clasificada, carecíamos de la emoción que nos invadía en los primeros. De todas maneras paramos, cantamos victoria, y luego del pitazo final, recorrimos los últimos kilómetros que nos separaban de la gran capital Ecuatoriana. Cuando arribamos no teníamos la menor idea de lo que nos iba  a costar abandonar el lugar. Los líos se iban a ir acumulando poco a poco y paso a paso, y una vagancia propia de quien recae en la comodidad extrema, iba a reforzar ferozmente aquellos líos, que por desgracia parecían que nunca se iban a llegar a resolver solos.

El recibimiento de la familia Orihuela, representada en toda su extensión por Marta (la cabeza femenina), fue una de esas cosas sublimes que se traducen en un alivio para el espíritu. Con sólo el preámbulo de las presentaciones formales de por medio, hizo un llamado a su ex esposo, quien en aquel momento era el dueño de una parrilla llamada “Los Dos Argentinos”, y así, sin aviso ni advertencias, encontramos a nuestros famélicos seres sentados en una mesa en la cual había literalmente un montón de carne. Momento memorable de gloria y de infinito agradecimiento para esta caricia al alma. Las endorfinas me subieron un quinientos por ciento. Recuerdo que mientras masticaba un chori, me enamoraba al mismo tiempo de una camarera que se llamaba Janet y de una vieja fané que de costado se hacía la sexy.


Al día siguiente apareció Vicky, la querubina de la familia Orihuela junto a su perro Frodo, momento clave en el que nos llamaron a un interesante happy hour que duró por una buena cantidad de memorables días. De todas maneras y al mismo tiempo, también empezaron los problemas. El retén del filtro de aceite se salió y desparramó todo el aceite del titán por la calle, dejándonos impotentes y sin vehículo al menos hasta que arregláramos el inoportuno contratiempo. Decidimos que mejor lo dejábamos para otro día porque nos estaba esperando la primera ducha de agua caliente en largo tiempo. Además y también nos esperaba un lavarropas y las amabilidades psicotrópicas de Vicky, las cuales rápidamente nos pusieron a tono con las energías del lugar.


Parrilla amiga "Los Dos Argentinos"... Sublime...
Bendiciendo la mesa con la familia Orihuela...
Disfrutando de las comodidades en la casa de Vicky y Marta... ¡Gracias!
Los días empezaron a transcurrir entre caminatas por la ciudad, visitas a algunos centros culturales, cervezas en la “Mariscal”, huidas algo bohemias hacia el Guápulo, invitaciones a degustar platos típicos por los alrededores de Quito, visitas a casas de amigos, amigas, en cenas formales e informales; básicamente respirando los destellos de una capital muy amable, fácil, y en la cual nos encontrábamos mucho más que a gusto gracias al recibimiento y la ayuda que cálidamente nos brindaron tanto Vicky, como su madre. Disfrutamos el partido de octavos de final contra México y empezamos a organizar unas mini vacaciones en un lugar que todo el mundo nos decía que no podíamos dejar de visitar: Mindo.

Sin dudas "todo el mundo" tenían razón. Lo pudimos comprobar luego de un viaje de algo así como dos horas y medias que nos depositó directamente en el corazón de este pequeño pueblo de características ambientales únicas en Sudamérica. Una vez allí, conseguimos un lugar para dormir algunas noches y nos metimos en la selva para ir directamente al encuentro con un parque natural acuático, en el que no paramos de saltar al agua como niños, desde diferentes alturas y diferentes cascadas, las que ciertamente coronaron otro inolvidable día de aventuras de nuestro viaje. Un lugar sumamente lúdico que inundó de agua y adrenalina nuestros corruptos cuerpecitos.


Mindo y su particular hermosura...
Hay que agregar que luego de todo el evento acuático, cuando ya había caido la noche, emprendimos la vuelta hacia el pueblo por un sendero de tierra alternativo. La sorpresa aquella vez iluminó en la oscuridad, cuando mientras nosotros no podíamos ni ver nuestros propios cuerpos a menos de un metro de distancia, todo un descampado inundado de luciérnagas y tábanos, pareció enceder al unísono una infinita cantidad de luces amarillas y naranjas, que se mezclaban e infectaban de efectos visuales la totalidad de nuestra periferia. Faltaron solo los duendes y las hadas para transformar aquella escena en un cuadro de cuentos maravillosos. Infinitamente recomendable y disfrutable para toda persona que se acerque a Ecuador.

Una de aquellas penosas mañanas, y luego de buscar desesperadamente por todo el pueblo un televisor para asistir al encuentro de cuartos de final del mundial de fútbol, decidimos volvernos con el sabor amargo de la eliminación de Argentina a manos de Alemania, hecho que nos llevó a una de esas típicas depresiones deportivas que suceden al perder en cualquier mundial. Los más fuertes de la troop decidieron apalear la desdicha quedándose un par de días más en el paraíso natural. Nos re encontraríamos nuevamente en nuestro querido camión que seguía estacionado en Quito.

La banda en Quito...
Dejando la huella por ahí...
Comandante Vicky...
Transcurrrieron así un par de jornales, un par de salidas nocturnas, un par de descoques sublimes, hasta que uno de nuestros integrantes, Gabrielo, declaró que nos abandonaba por unas semanas, ya que tenía algunos compromisos familiares en alguna zona aledaña. El resto de la troop tuvo que empezar a poner los pies en remojo y tratar de movilizarse un poco para solucionar la gran cantidad de asuntos pendientes y urgentes que veníamos dilatando culpa de tanta vida bien vivida.
 
Entre otras cosas teníamos que conseguir tanques para traficar un poco de gasoil hacia Colombia, ya que el precio por aquel entonces en Ecuador era considerablemente más bajo; algunos filtros que se estaban acabando, un par de gomas de segunda mano, una traba para la puerta del baño (que se hizo necesaria porque las imágenes ya se habían vuelto feas), una barreta, y finalmente, intentar solucionar de alguna manera el problema madre de esta etapa: reparar o reponer una campana de una de las ruedas traseras, que a último momento habíamos notado que estaba partida, y que en cualquier momento nos dejaba tirados en alguna curva de la Panamericana. Por último, entre los asuntos menores, estábamos tratando de arreglar una precaria filmadora que nos trajo más problemas que satisfacciones, problemas burocráticos de pasaportes, permisos para el camión, y rechequear el "cooler" en el cerebro que ya estaba enfriando muy poco después de tanto Quito.

Con esta gran mochila de obligaciones, nos fuimos despidiendo de nuestras anfitrionas con un lagrimón en la mejilla, mientras nos íbamos acercamos a la zona de Guamaní, lugar en el que poco a poco y con una paciencia a prueba de balas, logramos poner al bondi en condiciones. El evento más satisfactorio de esta incursión en tierras mecánicas de los alrededores de Quito, fue el encuentro con un hado padrino artesano del hierro, un alma piadosa predispuesta a dar esa mano mágica y más que necesaria a nuestras vidas. Esas personas capaces de leer en los ojos para luego ayudar con el corazón.


Partes de rodamientos Bedford...
Hasta este "maestro del hierro" llegamos luego de recorrer frustradamente todos los cementerios de camiones de Quito, intentando conseguir una campana igual a la nuestra, y rogando, e implorando algún tipo de solución, ya que así, no podíamos continuar el viaje. El genio miró y analizó mucho la situación, decidió que tenía la solución y nos pidió un par de horas para tramitarla. Nos hizo comprar un poco de hierro en tiras y se puso a elucubrar dos "sunchos" que funcionarían como "cinturón de seguridad" para que la campana no pudiera seguir partiéndose, y a la vez y además, siguiera girando sin destrozarnos poco a poco todo el resto del tren trasero.

Cuando terminó y vio que podía funcionar, los ojos le brillaban de orgullo. Le preguntamos si le parecía que había quedado bien, y en ese momento esbozó una de las frases más tranquilizadoras del viaje: “Esto llega hasta Japón”. Nos cobró solamente diez dólares y nos pidió que no le dijéramos a nadie sobre el precio porque lo estaba haciendo de favor. Si tuviera una cámara tele transportadora pasaría diariamente a darle un beso y a darle las gracias. Humano genio y artesano clandestino vieja escuela.


Mucha grasa y mucha tuerca...
Después de todo eso, sólo restó completar parte de la rutina de necesidades, y superar un evento en el que casi nos asesinan en un bar, ya que durante alguna tarde de lluvia, nos metimos en un callejón sin salida, y tuvimos la desafortunada suerte de que el titán se quedará estancado justo en la puerta de un antro de perdición pool-birra, con el caño de escape directamente en frente de la puerta. Cuando intentamos hacer marcha atrás, descubrimos que el camión estaba totalmente estancando, por lo que traccionando e intentando salir, el caño de escape empezó a emanar toneladas de monóxido de carbono directamente sobre las mesas de pool donde se encontraba la gente.

Lentamente se empezó a ver a esa misma gente, pasar primero de la alegría a la confusión, luego de la confusión a intentar huir de la muerte por asfixia, y de ese intento de huida de la muerte, a buscar a los culpables con intención de lincharlos en la plaza pública. Como siempre, en aquel momento de nerviosismo extremo, el Bedford puso a disposición su corazón a prueba de balas y como por arte de magia nos sacó huyendo marcha atrás. Sudamos frío pegajoso por unos largos minutos. Luego llegó una de esas noches melancólicas que anunciaban que la partida de Quito era inminente. Con los tachos de gasoil volcándose e intoxicando furiosamente el habitáculo, pusimos primera y fijamos nuestro norte hacia el último lugar en el que nos estableceríamos en Ecuador, el misterioso y renombrado pueblo de Otavalo.

Luego de algunas horas de viaje sin mayores sobresaltos, nos vimos invadiendo directamente el centro de su neuralgia, y estacionamos ahí nomás, a metritos de la Plaza de Ponchos, un lugar que haría de las delicias de nuestras artes de regateo. Rápidamente conocimos algunas personas que se iban acercando a preguntar por el camión. Quedamos asombrados de la longevidad de la población, como así también de su amabilidad, de su juego de pelota mano, de sus comiditas a la olla, y de la fuerte tradición que se respiraba por las calles. Aunque por momentos se hacía algo impenetrable, logramos mucha interacción con sus habitantes, mientras mirábamos la final del mundial, caminábamos las calles y recorríamos sus ferias.

Justamente en la feria principal, sucedió uno de esos encuentros memorables con uno de los objetos psicotrópicos de mayor valor simbólico del viaje de allí en más: “La pipa del Dragón”; de la cual me enamoré a primera vista, y luego de una acción gitana conjunta, logramos comprar a cambio de unos quince dólares. Se las presento solamente para que aprecien un trabajo realmente alucinógeno. De allí en más, la pipa del dragón fue declarada con la psicóloga y terapeuta del bondi.

Al costado de la Plaza de Ponchos en Otavalo...
En alguna laguna cercana a Otavalo...
Día del final del mundial 2006 en Otavalo...
Luego entonces de dragonear y dragonear, y de observar y de observar, y de pasarla demasiado bien, decidimos que era un buen momento para encarar hacia la frontera de Colombia y meternos de lleno en un país que hasta allí, todo el mundo trataba de hacernos creer que era el infierno, pero que para nosotros, iba a ser uno de los más espectaculares y amigables de estas tierras latinas del nunca jamás.

Cambiamos un par de filtros, empezamos a pintar algunas banderitas de los países recorridos al costado del bondi... Juli intentó cocinar el primer asado que vimos terminar al horno en nuestras vida, y casi perdemos los estribos con uno de los borrachos más insoportables con el que hayamos tenido la oportunidad de encontrarnos... “Poné primera Cacho, que nos vamos a visitar otra de las tantas fronteras del continente”... A conquistar el Cerro de Rumichaca entonces...


¡Hasta la próxima Ecuador! Esperamos hayan disfrutado del largo recorrido y los esperamos en Colombia.


Pura facha en la banquina... Bedford de postal...
¡Hasta siempre!...

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